domingo, 22 de enero de 2012

Atentos al siguiente video.


En este video cortesia de InfoliveTV que es un conocido canal de television israeli donde no cabe el argumento de "conspiranoicos antisemitas"  que data de la pre-campaña democrata a las elecciones del 2008 se ve como el comentarista dice con regocijo como los pre-canndidatos democratas se pelean por ser los mas ardientes defensores de Israel.
El comentario que da la palma en el video es el suguiente:"puede ser que despues de pasar por Aipac cumplieron la cuota necesaria de cualquier aspirante serio para ganar las elecciones presidenciales".

jueves, 19 de enero de 2012

De La Antorcha Negra:El sionismo premia a sus palmeros.

El periodista César Vidal, ardoroso defensor del paradigma judeo-calvinista frente a la tradición católica de España, ha sido galardonado por el Estado sionista con el premio "Samuel Hadas de amistad España-Israel". Junto al orondo y grimoso plumífero han sido premiados otros notorios palmeros, lamelibranquios y palanganeros del sionismo como José María Aznar, Pilar Rahola, Esperanza Aguirre, Felipe González o Jordi Pujol. Lo mejor de cada casa, como puede apreciarse.

Es curioso comprobar cómo, cada vez que el lobby de los "elegidos" reparte sus palmaditas de agradecimiento, se olvidan las diferencias ideológicas entre los medios de comunicación derechistas y los izquierdistas. En el halago servil, la coba descarada y el piropo exagerado a la hebraica ralea compiten con entusiasmo ambos bandos. 
Lo mismo podemos ver a un relamido y repipi locutor de las "interpeperonomías" más reaccionarias elogiando el último asesinato terrorista del Mossad que al más baboso de los progres de las diversas "sextas" recordando la gran aportación al bienestar de la Humanidad de los injustamente expulsados sefardíes que, como todo el mundo sabe, eran todos de una bondad arcangélica y no como los malvados y reaccionarios cristianos, siempre tan fachas. 
Incluso desde posiciones presuntamente "patriotas" se defiende con admiración la encomiable lucha del Estado de Israel para defenderse de los impertinentes y malvados palestinos que se atreven a reclamar, los muy descarados, que les devuelvan las tierras robadas. Al fin y al cabo, argumentan estos avezados geoestrategas, Israel es una barrera de "Occidente" ante el islamismo. El hecho de que sean precisamente los "aliados" de Occidente, es decir, las monarquías y emiratos más corruptos, los que promocionan y subvencionan la islamización de Europa, es un detalle que parece pasarles desapercibido a estos "centinelas de la civilización". 
Tanta coincidencia entre presuntos adversarios ideológicos podría parecer a los malpensados una especie de descanso en la representación de la comedia mientras el empresario teatral felicita a los actores.

domingo, 1 de enero de 2012

Gran Articulo de Francisco Canals


EL “DERECHISMO” Y SU INEVITABLE DERIVA IZQUIERDISTA


(Artículo de don Francisco Canals, 1953)



I

La derecha y la izquierda nacieron en los Parlamentos.
Conviene siempre tenerlo presente para explicarse la anomalía específica de la mentalidad “derechista”, que la ha dejado siempre inerme ante la “izquierda” y ha sido causa de que “derechismo” haya llegado a ser considerado como sinónimo de incapacidad y de predestinación al fracaso.

La derecha no sólo nació en los Parlamentos: nació del parlamentarismo. La derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro está que dentro de la ortodoxia del liberalismo. O, como se dijo en ocasiones célebres, era el partido de quienes querían conciliar la libertad con el orden.

El orden y la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba de su conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era precisamente el nacido de la Revolución.
Se comprende, pues, que la operación no dejase de tener sus dificultades. Había que defender, frente a la execrada “reacción”, el orden revolucionario, y para ello había que proclamar como buenos e inmortales los principios de la Revolución y dar por buenas sus más revolucionarias empresas: aquellas que – como la desamortización eclesiástica o la expropiación en Francia de los bienes de los “emigrados”- habían hecho nacer precisamente el “orden nuevo”. Pero al mismo tiempo había que evitar que la Revolución misma, en sus nuevas fases más radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las “preciosas conquistas” ya conseguidas.

Así nació la mentalidad “moderada” o “conservadora”. Podemos encontrar una definición real del mismo en aquel juicio de Balmes, según el cual el partido conservador es conservador de la Revolución.
Los conservadores, ante las nuevas etapas de la Revolución, debían adoptar actitudes que les exponían necesariamente a ser acusados de “reaccionarios”, de enemigos de la libertad y del progreso, etc. Ante tan gravísimo insulto su “reacción” no podía ser otra que la de acusar a su vez a las “izquierdas” de corruptoras de la libertad y sostener y proclamar que eran ellos –los “derechistas”, los “conservadores”- los verdaderos y sinceros liberales.

Con esto ya podemos llegar a definir la derecha tal como aparece formada en la madurez y edad de oro del parlamentarismo liberal: la derecha, el “partido del orden”, defensor de los principios y de los intereses conservadores, es el partido liberal propiamente dicho, precisamente porque es –según observó con genial paradoja el P. Ramière- el más inconsecuente de los partidos liberales.

Por esto, mientras la izquierda –que encarnaba el dinamismo revolucionario- tuvo por lema “pas d’ennemis à gauche”, y así lo proclamó y así lo ha practicado, en el fondo, siempre, la derecha podría haber formulado la ley de su conducta en esta norma: “pas sans ennemis à droite”. Mientras la izquierda proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se esforzaba siempre por poner de relieve lo “moderado” y “prudente” de su actitud antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella misma como revolucionaria por los “extremistas de la derecha”, por los “reaccionarios”.

II

El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo de tal o cual actitud.
Antes de 1848, la democracia era “izquierdismo”, y la derecha era adversaria del sufragio universal. Esta derecha liberal y antidemocrática atacaba a la democracia de falsear y destruir el verdadero liberalismo, y de ser por esto tan funesta como la reacción misma.

Años después, la democracia antisocialista sería ya admitida como liberal y “de orden” por los antiguos liberales. Desde la derecha, ya liberal y democrática, se acusaría al socialismo de ser adversario de la verdadera democracia y por lo mismo reaccionario y destructor del progreso y de la libertad.
Por otra parte, y sin que ello sea en el fondo contradictorio, se da el caso de que los partidos que recogen la mayoría de los votos “conservadores” y “derechistas” toleran que se les llame “de centro”, prefieren que se les considere “izquierdistas” y llegan a considerar insultante el ser llamados “derechistas” y “conservadores”, así como hace un siglo(*) era para ellos intolerable que se les considerara “reaccionarios”, aunque se gloriaban todavía del título de “conservadores”. Ya hemos visto emplear por las actuales derechas “izquierdistas” como slogan electoral esta sugestiva proclama: “La verdadera revolución la hacemos nosotros”. Si, en el comienzo del proceso, la derecha era el verdadero partido liberal, se ha llegado ya al punto en que la “derecha” se proclame el verdadero partido revolucionario, o lo que es lo mismo, la verdadera “izquierda”.
La revolución ha seguido su camino.

III

Un hecho todavía más lamentable ocurrió a lo largo de este proceso. Cuando los “conservadores” tuvieron que temerlo todo de la revolución violenta y franca y mucho menos que temer por parte de la “reacción”, ya reducida a la impotencia, llamaron en su auxilio a los que llamaban “reaccionarios”, es decir, a aquellos que habían conservado de algún modo los principios y el espíritu a que la Revolución se oponía. Les invitaron a la unión en defensa de los “principios y de los intereses conservadores”; les llamaron a combatir bajo la bandera del “orden” y también bajo la de la libertad”. ¿Acaso no era justo exigir a los “reaccionarios” que renunciasen a sus “extremismos inquisitoriales” y a sus “utopías medievalistas” y se hiciesen así útiles a la salvación de la sociedad?

Pocas veces dejaron los antiguos “contrarrevolucionarios” de ceder a la tentación “conservadora”. Le llamamos tentación porque, aunque era muy propio del auténtico espíritu contrarrevolucionario ayudar siempre a todo cuanto pudiese frenar la Revolución violenta, no lo era tanto que el fusionismo “derechista” viniese a confundir y a diluir aquel espíritu en una actitud “conservadora” –es decir, sucesivamente “liberal”, democrática, centrista, izquierdista moderada, verdaderamente revolucionaria, etc.- El resultado fue casi la extinción de la ideología y la actitud que hubiera sido necesaria y adecuada a la empresa política más grandiosa y difícil de todos los tiempos: la lucha contra la Revolución.

IV

Con la política tiene que ver todo desde arriba o desde abajo, y sobre todo las realidades y valores más fundamentales en la vida humana. La religión, la filosofía, los gustos literarios, las costumbres, la educación y, en fin, todo esto que ahora se llama “la cultura”.

Por esto la evolución “conservadora” de la lucha “contrarrevolucionaria” tenía que traer consigo esta grave consecuencia. En todos los aspectos, el combate cristiano se contagió más o menos de un espíritu que podríamos caracterizar como el de un “conservadurismo cultural”. Este conservadurismo sustituyó y debilitó –hasta destruirlo muchas veces- el culto de la verdad y por lo mismo el respeto a la tradición. Fue también “conservador de la Revolución”. El papel “fusionista” que en lo político habían jugado “los intereses comunes”, por cuya salvación se olvidó la defensa y la restauración del orden cristiano, lo ejercieron también en la lucha ideológica las burguesas y racionalistas ilusiones de “la cultura”, de “la altura intelectual”, de la “amplitud de criterio”, de la “objetividad e imparcialidad científica” (¡Santo Dios!) y desde luego las supremas ilusiones de la “originalidad”, del “espíritu progresivo” y “creador”, y de la “actualidad”.

Por lo mismo, la actitud de este “derechismo” cultural ha obedecido también a la consigna “Pas sans ennemis à droite”. Para comprobar la “altura” y la “actualidad” de un pensador acusado de reaccionario es indispensable exhibir el glorioso hecho: también él tuvo enemigos en la “extrema derecha”. Y el que fuese considerado progresista por los reaccionarios hace patente hasta qué punto fue él “comprensivo” y “abierto” en su diálogo contra los heterodoxos.
Si el lector reflexiona sobre esta situación, verá que ella debía inevitablemente producir un desplazamiento continuo de la norma con que se juzga de las mismas doctrinas. El “conservadurismo cultural” queda, pues, sumergido en una dialéctica “evolucionista” y “progresista”. ¿No consiste acaso su defensa en proclamar también que “somos nosotros” –los conservadores- los verdaderos “innovadores”, y que en resumen “la verdadera revolución –también en el orden de la cultura y del pensamiento- la hacemos nosotros”?
Es fácil ver que por este camino no se va probablemente sino a la ruina de la verdad. O, en el mejor de los casos, no se va a ninguna parte.

V

¿Acaso defendemos como actitud adecuada la de neutralidad entre la derecha y la izquierda?
De ningún modo. Creemos que conviene precisamente denunciar en el “conservadurismo” su inversión de valores y su fidelidad a los principios revolucionarios. Pero si alguien entiende por “derechismo” el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana –y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo el espíritu revolucionario-, entonces creo que no habría que hacer otra cosa sino proclamarse “ultraderechista”.

Pero esto es precisamente a lo que la “derecha”, conservadora de la Revolución, no se atreverá jamás.

*****

(*) El autor escribe en 1953.
Por revolucion se entiende a los sistemas politicos nacidos de las revoluciones liberales del sigloXIX.